miércoles, marzo 31, 2010

Génova

En Wonderland (1999), Michael Winterbottom nos narraba un fin de semana cualquiera en la vida de tres hermanas londinenses de clase baja. A través de la historia costumbrista captaba, sottovoce, la palpitación del ambiente urbano de Londres. Esta sustantividad se construía a través de un realismo anímico centrado en los personajes para elaborar un acercamiento lo más verosímil posible. Así, el espectador no se encontraba ante un discurso ideológico prefijado que orientara un subrayado realismo social de denuncia. Por ello, su largometraje se acerca más a la línea de Mike Leigh que a la de Ken Loach.

Diez años después, Winterbottom, desde un similar materialismo estilístico, construye un pequeño relato protagonizado, en este caso, por un padre norteamericano y sus dos hijas en la ciudad de Génova. El filme, con un tiempo cíclico determinado por dos accidentes de tráfico que lo abren y lo cierran, parte de la tragedia como motor narrativo para concluir con un simple gesto de cohesión. Parece que el director se ha regalado a sí mismo un largometraje dedicado a la familia (a la suya) y su capacidad de afrontar, mediante la unidad, los infortunios que depare la vida.

Como ya sucedía en Wonderland, aunque en este caso de forma más explícita, la significación del filme adquiere la forma de ojo de buey (Bordwell, 1995). En el centro se sitúan los personajes, con sus atributos y vínculos, para así proyectar las potencialidades expresivas del espacio diegético.

Génova, en verano, como ciudad de fuga para una familia que quiere rehacer su vida, se muestra abierta al exterior y a la luz como toda ciudad mediterránea. De la misma manera que Joe (Colin Firth) en el seminario de verano que imparte discute con sus alumnos la construcción multiforme de la identidad, existen tantas Génovas como personajes principales. A Winterbottom le interesa la interiorización experiencial que procesan sus personajes, más que la extensión física propiamente dicha.

Génova es una fuente de estímulos para unos cuerpos que nunca se presentan pasivos. Seres que transitan continuamente por espacios abigarrados, fruto de una urbanística desmesurada y degradada. Precisamente la zona antigua de Génova, donde se sitúa la vivienda de la familia, le permite a Winterbottom integrar el efecto sobrenatural desde un absoluto sentido de realismo.

Hay una constante descripción dinámica del angosto espacio en el que la cámara digital sigue a sus personajes a través de los callejones. Se crea una sensación de instante captado tal como se presenta, ya que Winterbottom no se preocupa de la correcta iluminación y prescinde de los necesarios encuadres para fijar una visión definida. Este efecto le permite filmar a los travestis y demás seres de baja estofa que pululan por el casco antiguo como si fuesen espectros errantes, en consonancia con la Génova de Mary (Perla Haney-Jardine), que a continuación veremos.

Leer más...

domingo, marzo 28, 2010

Los testigos

Como ya sucedía en Los juncos salvajes (Les roseaux sauvages, 1994), en Techiné conjuga la Historia con mayúsculas con un microcosmos cerrado. Si en Los juncos salvajes era el conflicto de Argel, aquí el catalizador de las transformaciones relacionales es el sida. A las vidas de Adrien (Michel Blanc), Mehdi (Sami Boujila) y Sarah (Emmanuelle Béart) llega Manu (Johan Libéreau), un joven efebo que acaba trágicamente infectado por el virus misterioso.

La película arranca en el verano de 1984, cuando el sida todavía no había alcanzado la cobertura mediática que tendría posteriormente. De esta manera, el largometraje se erige como un filme testimonial de un momento histórico, en el que emergió a la luz pública una pandemia letal, que no tardaría en adquirir una nociva connotación moral. El sida, tal como están afianzados los parámetros sociales de la civilización occidental, sigue siendo un tabú. Y de la misma manera que los medios de comunicación no parecen acordarse de la hambruna de los niños etíopes de los años 80, hoy el sida ha sido silenciado y su presencia se ha reducido a escasas noticias de los efectos devastadores que provoca en países del África negra.

El cine reaccionó tarde y escasamente a la hora de reflejar cómo la nueva enfermedad estaba reconfigurando las prácticas sexuales y cómo penetraba en las dinámicas socioculturales. Por no hablar, ni se habló del alud de víctimas que estaba llevándose consigo. Sólo se empezaron a construir historias sobre el sida a partir de los años 90, fundamentalmente en circuitos minoritarios y destinadas a un público gay. Philadelphia (Jonathan Demme, 1993) fue casi la única respuesta frontal por parte de Hollywood. El espacio no permite un análisis extenso, así que sólo diré que podrían haberse ahorrado esa visión autocomplaciente y paternalista en la que, una vez más, con buenas intenciones, se sirven del sida para establecer un alegato antihomofóbico (algo que secundó el propio Tom Hanks durante el acto de recepción del Oscar). Dicen que el infierno está lleno de buenas intenciones.

Entre frases como "pobrecitos gais" y "es un castigo divino por una vida disoluta", el sida se encadena como clavo ardiendo a la visión cultural de la homosexualidad desde un discurso heterocéntrico y esencialmente moralista. Los testigos intenta alejarse de estos dos vértices en la medida de lo posible.

Sabemos cómo la enfermedad estigmatizó a la comunidad gay. Sorprendentemente, esto no aparece en el film de Techiné. Por fortuna, otras películas, como Su hermano (Son frère, Patrice Chéreu, 2002) o El tiempo que queda (Le temps qui reste, François Ozon, 2005) reflexionan sobre el tema, con protagonistas gais y encuentros entre Thánatos y la juventud, pero no a causa del sida.

Leer más...

lunes, marzo 22, 2010

Secret sunshine


Que la actriz principal ganase el premio por su rol en el festival de Cannes 2007, no ha sido suficiente reconocimiento para que en el momento de su estreno en Barcelona no aguantase más de una semana en una única sala. Una lástima. Es en situaciones así, cuando el ejercicio de la crítica cinematográfica se hace más imperioso y necesario.

Si en los años 90 nos llegó a Occidente una oleada de interesante cine nipón y chino, es en esta década cuando Corea del Sur logra penetrar en nuestro terreno a través de los canales de difusión que permiten los festivales internacionales.

Varias figuras de dicho cine que presentan renovadas propuestas al acercamiento de géneros desde una óptica personal y con indeleble sello de cine de autor, han hecho que Occidente decidiese posar su mirada en la producción cinematográfica de Corea del Sur. Kim Ki-Duk, Park Chan-Wook, Kim Ji-Woon o Bong Joon-Ho empiezan a ser nombres no tan extraños para aquellos cinéfilos un tanto gastados por las fórmulas preestablecidas de occidente.

Mientras que los directores citados han logrado agradar y sorprender gratamente con películas excelentes como Memories of murder (Bong Joon-Ho ,2003), Old boy (Park Chan-Wook, 2003), Bin-Jip (Ki- Duk Kim, 2004) o A bittersweet life (Kim Ji-Woon, 2005), el director que nos ocupa, Lee Chang-Dong, estrenaba por primera vez en nuestro país mediante Secret Sunshine.

Este autor que goza de gran prestigio en su país, cesó temporalmente su actividad cinematográfica para ocuparse del Ministerio de Cultura, y volvió al ruedo precisamente con la película que nos ocupa. A menos que uno lea la sinopsis se puede echar a temblar. Y si el avanzado espectador conoce mínimamente la acostumbrada forma de abordar el melodrama por los surcoreanos, es entonces cuando podemos prepararnos como si fuésemos al dentista.

Cojamos la sinopsis: una mujer con su hijo pequeño se marcha al pueblo natal de su marido fallecido para empezar una nueva vida lejos de vínculos familiares. Pero en dicha localidad, no quedará exime de una nueva tragedia que le azotará para acabar cayendo en las manos de un grupo de integrantes religiosos. Ahí es nada.

Recordemos cómo en la comedia surcoreana My sassy girl (Yae-Young Kwak, 2001), el protagonista le quiere hacer entender a su chica, fértil en imaginación y con ganas de escribir un guión, que debe centrarse en el melodrama. Porque, cuando van al cine, les encanta llorar. Y a buena fe, que el protagonista no miente. Porque los melodramas como el presente, desde la nueva ola coreana, suelen ser terriblemente excesivos en su exposición sentimental. Buscan impúdicamente arrancar la lágrima del espectador al precio que sea y activan toda la maquinaria empática necesaria para que el espectador salga profundamente trastocado tras la ficción. Sino me creen, traten de conseguir A moment to remember (2004) de John H. Lee y me lo cuentan.

Ante estos precedentes, un servidor se esperaba lo peor y ya había cogido las suficientes fuerzas para afrontar un drama con tales características. Pero no, respiremos tranquilos. Lee Chan Dong, a través de su personaje femenino, una madre fuerte, autónoma y con determinación, similar (salvando las distancias) al personaje de Angelina Jolie en la película de Clint Eastwood, El intercambio (2008), aborda casi con intenciones etnográficas el comportamiento social de una pequeña localidad en la que se conocen todos. De este conglomerado social, se detiene, en el segundo tramo del film, en una comunidad religiosa.

Leer más....
Creative Commons License
El cuaderno rojo by Manu Argüelles is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-No comercial-Sin obras derivadas 3.0 España License.
Based on a work at loveisthedevil.blogspot.com.