miércoles, julio 28, 2010

Brüno

Te has marcado un pasote

Y es que no se me ocurre mejor frase (coloquial) para definir el artefacto fílmico que construye Sacha Baron Cohen para articular sus diatribas ácidas y mordientes a la sociedad norteamericana. A medio camino entre los documentales (un tanto demagógicos) de Michael Moore y el formato de programa de sketches televisivo, Sacha Baron Cohen con la complicidad del director Larry Charles, aterriza en el ruedo cinematográfico por tercera vez a través de Brüno, un presentador televisivo homosexual y austríaco que hace de la frivolidad su estandarte y que bajo su sueño de convertirse en una auténtica star mundial viaja a la cuna por excelencia de la fabricación de estrellas mediáticas: USA.

En este film, no apto para espíritus políticamente correctos, fluctúan varias fuerzas que aunque descompensan el resultado no hacen restar mérito a la propuesta. Al margen de la veracidad de la presunta cámara oculta (herencia del formato televisivo) que sirve como testigo de la irrupción (y confrontación) del personaje ficticio en un entorno real, su voluntad de disparar a todo lo que se menea es encomiable aunque eso provoque una cierta dispersión y una irregularidad en sus tramos (algunos más conseguidos que otros). Hay una voluntad clara de provocar y no solo a la víctima de su farsa en la pantalla sino también al espectador a través de un humor procaz, subversivo, escatológico y sexual. Y desde luego que no se anda por las ramas. Se deja en casa las lindezas y no se corta un pelo en ser explícitamente verbal con el sexo desde un punto de vista gay que ni le hará congraciarse con la comunidad gay y muchos menos con el público heterosexual.

Aunque pueda parecer una contradicción no es una película pro gay y a su vez es una película anti homofóbica. Construir su personaje estirando hasta el paroxismo el estereotipo gay construido por el público heterosexual no le va hacer ganarse las simpatías de un cierto sector de público gay porque sigue perpetuando la imagen negativa de la figura homosexual a través de un personaje corto de luces, frívolo, superficial, racista y para más inri admirador de Hitler. Pero precisamente con un personaje tan extremo, pone sobre el tapete la estupidez y el primitivismo de la sociedad norteamericana más retrógrada, especialmente en la última parte (y la mejor) del film, en la que quiere convertirse en heterosexual.

Así, Sacha Baron Cohen recoge la tradición de la escuela de humor irreverente británico de los Monty Python, recordando ese humor zafio, un tanto surrealista y deslenguado de la serie británica Little Britain. Una vez que los creadores de Little Britain son fichados por la HBO crean Little Britain USA donde confrontan a sus personajes británicos con la población norteamericana resultando de dicho choque de culturas un efecto demoledor para ambas sociedades. Brüno sigue esa línea: desde un punto de vista británico, infiltra a su personaje europeo como un intruso en la sociedad norteamericana para levantar ampollas y evidenciar la miseria moral de diferentes estratos de la sociedad norteamericana. Desde Hollywood, pasando por el sur norteamericano más rancio, para atreverse a hacer una parada en Oriente medio en su voluntad de ser pacificador entre israelíes y palestinos. Y es que como toda estrella filantrópica que se precie, Brüno también buscará su causa humanitaria que le haga ser una estrella a la altura de un Bono, Sting o Elton John.

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martes, julio 20, 2010

Parade

Nos llega al BAFF, a la sección oficial a competición, la penúltima película de Isao Yukisada, uno de los directores nipones más a tener en cuenta del panorama actual. Inició su carrera como asistente de dirección de Shunji Iwai en películas como Love letter (1995) o April story (1998). Un año después debutó en la dirección con Open house, consagrándose definitivamente con Go (2001). Basada en la novela de Kazuki Kaneshiro, Yukisada con un look posmoderno y efectista muy deudor de la estética del videoclip, fruto de la generación de la MTV y de Matrix, se adentra en el espinoso tema del racismo, tema bastante silenciado en la cinematografía nipona. Ya aquí, centra sus esfuerzos en realizar un retrato generacional de la juventud nipona con sus fluctuaciones y contradicciones, a través de un chico coreano, discriminado por su no condición japonesa. Tras un periplo televisivo, el siguiente hito en su filmografía vendría con otra adaptación. En este caso, parte de una novela de Kyouchi Katayama para filmar el melodrama azucarado y romántico Crying Out Love, in the Center of the World (2004). La película supuso todo un éxito en territorio patrio, donde el almibarado tono lacrimógeno, muy deudor de la maravillosa Love letter y del cine de Shinji Iwai, viajaba a los años 80 desde el presente para narrarnos una historia de amor marcada por la leucemia de la chica protagonista.

Tras varios melodramas del mismo corte, llega a Parade adaptando de nuevo una novela (en este caso de Shuichi Yoshida). La película vuelve a centrar sus esfuerzos en configurar un retrato de la juventud japonesa, mediante cuatro personajes que comparten apartamento. Dos chicas y dos chicos, a los que se sumará un extraño y misterioso quinto integrante, del cual ninguno de los cuatro sabe cómo ha llegado a parar al piso. La película, evidenciado su tono de adaptación, se estructura en capítulos centrados en cada uno de los cuatro personajes principales. A nadie se le escapará que la situación contextual recuerda poderosamente el marco genérico de la sitcom televisiva, siendo la mítica serie Friends uno de los referentes más evidentes. Algo que se refuerza con el tono cómico con el que da inicio al largometraje, a través del primer episodio, centrado en el personaje del actor Koide Keisuke. Aquí interpreta a un joven universitario que va en un Volkswagen beetle rosa, enamorado de la novia de un amigo suyo, y con ese perfil masculino tan habitual de la cultura juvenil nipona, de ser un torpe con las chicas pero que nos resulta tremendamente simpático. Este personaje establece una estupenda química con la Phoebe del piso, una desempleada que tiene un affaire con un actor de culebrones y que se pasa todo el día viendo a su amante por la televisión. Los gags cómicos en torno a la investigación de ambos por descubrir si el vecino de al lado tiene un prostíbulo clandestino hacen que entres en muy buen pie en el largometraje. Rápidamente te quedas acomodado en el film gracias a la vis cómica del primer tramo.

Si Parade se hubiese limitado al tono cómico, el largometraje habría funcionado, pero su alcance se hubiese restringido a configurar una brillante comedia juvenil. Lo cual ya está bien, pero podemos pedir más, porque Yukisada nos lo da. A medida que se desarrolla el film, va permitiendo que poco a poco vayamos sabiendo más de los personajes, y con ello, se va deslizando muy suavemente hacia otros terrenos más intimistas y costumbristas. La comedia va dejando paso al retrato de una juventud disfuncional y nos permite aventurar que Yukisada se está guardando un as bajo la manga. No sabemos muy bien hacia qué dirección nos está encauzando, pero vamos intuyendo que existe una textura más compleja de lo que en apariencia muestran sus imágenes. Con la irrupción del inquilino comunista, que un buen día aparece durmiendo en el sofá del comedor ante la sorpresa de todos, se van destapando poco a poco las miserias emocionales de unos personajes que esconden más de lo que en apariencia muestran y pone sobre el tapete las bases de una convivencia, especialmente clarificadoras para el espectador. Las dinámicas de coexistencia del piso entre los cuatro supuran un poso de amarga soledad compartida entre los cuatro y de inadecuación social. Así, el elemento desestabilizador del joven chapero que irrumpe en el piso, le sirve a Yukisada para escarbar mejor en las angustias existenciales de la juventud nipona, desubicada y con heridas patológicas, fruto de una sociedad que no deja exteriorizar los sentimientos de forma natural.

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martes, julio 13, 2010

The Chaser

Versus Entertainment nos informa mediante una nota de prensa conforme tienen previsto el lanzamiento en dvd en venta directa, el próximo 26 de mayo, de la película coreana The chaser, en una edición de dos discos junto con contenidos adicionales. Si todavía no la han visto, corran tras ella. Y no es para menos, ya que The chaser es un brillante thriller policial, centrado en persecuciones y carreras, tal como el título de la película anuncia.

¿Cómo resolver una trama cuando el asesino es atrapado a la media hora de largometraje? The chaser tiene la respuesta. Esa es la vigencia y fuerza del cine coreano en el panorama actual, frente a fórmulas prototípicas explotadas en el cine occidental (norteamericano), en el tratamiento de los géneros. Especialmente, el que nos ocupa, es donde mejor se pueden apreciar las notables diferencias entre los dos tradicionales bloques geográficos. Si Estados Unidos recurre a los estilemas de los años 70 para revitalizar el género[1], en Corea del Sur nos demuestran, desde hace unos cuantos años, que ellos pueden aportan formas de encauzar el género bajo formas inusuales, atrevidas y originales sin tener que recurrir a perspectivas revisionistas. Y todo ello sin descuidar la construcción de personajes y tramas bien soldadas y consistentes, amén de un fabuloso ritmo bien pautado que hace que te quedes enganchado a la butaca.

Si Bong Joon-ho con Memories of Murder (2003) o la misma Running turtle (2009) de Lee Yeon-woo, que pudimos ver en el BAFF, navegan por diferentes climas genéricos para hacer pasear al espectador por varios tonos que casan y se complementan en una habilidosa recombinación (del melodrama al thriller pasando por la comedia), The Chaser mantiene intacta su adhesión al marco al que se agarra con firmeza. Esa pureza, que puede perjudicar en su contra, es salvada mediante la forma de plantear las situaciones y atreverse a colocar al espectador en encrucijadas, cuya resolución jamás sería zanjada en dichos términos desde una perspectiva hollywoodense. Así, The Chaser recurre a las convenciones sobre el diseño narrativo del género pero la conclusión de los puntos de inflexión habituales (por ejemplo, la chica raptada por el asesino nos es mostrada en montaje paralelo para que vayamos viendo sus progresos en su intento de zafarse de las cuerdas que la mantienen atada), nunca es abordada con la previsibilidad y rutina habitual. Dicha opción predecible, que no es la de The Chaser, una de dos, o demuestra poco apego a la estructura que se sigue, evidenciando una imposición comercial que no parece partir de sus principales artífices, o se demuestra una cansina y nula creatividad que acaba repercutiendo en el espectador, ya que le consideran como un sujeto dócil que asumirá con total sumisión que se vuelva a descifrar todo bajo la típica y esperada manera. Ese mal menor, que algunos alegarían, en The Chaser no tiene espacio. Y es algo digno de remarcar. Porque este largometraje nos demuestra que no todo se tiene que decir de la misma manera. No tanto lo que se cuenta sino cómo se explica. Nos alegramos que todavía se apueste por esa voluntad de querer sorprender al espectador. Aunque parezca una tarea harto imposible, Corea del Sur nos demuestra lo contrario.

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martes, julio 06, 2010

Vengeance

Los fans del film noir pueden estar de enhorabuena, porque Vengeance es un sofisticado y elegante thriller criminal que recoge la herencia cinematográfica del más refinado cine negro, el polar francés. Películas gloriosas como Ascensor para el cadalso (Ascenseur pour l'Echafaud, Louis Malle, 1957), con esa fatalidad de amor fou a ritmo de jazz denso y ensombrecido o nombres como Jean Pierre Melville, constituyen un legado que es recogido por Johnnie To y su productora Milky Way Image como muestra evidente de las fluidas comunicaciones entre Oriente y Europa. No es casual que la película sea una coproducción francesa-hongkonesa, pero esta alianza no tiene por qué condicionar criterios estilísticos. Más bien, es un caso de afinidades, ya que Vengeance es claramente continuadora de los mismos estilemas ya desplegados por Johnnie To en películas como Exiled (2006). Al igual que varios destacados directores orientales como Tsai Ming Liang, el cine de Johnnie To parte de la modernidad francesa como útero fílmico desde el cual despliega su gramática visual.

Porque este film noir, solemne y existencial a la vez que manierista y estiloso, no esconde sus referentes. Al contrario, los exhibe de forma ceremoniosa y con ellos constituye, desde el respeto, una reconstrucción que aúna espectacularidad y autoría, creando así un proceder específico en su loable intento de renovar el género criminal. El sustrato occidental que dialoga con raíces orientales son los materiales que hacen ubicar rápidamente el film en el terreno de la mitificación. Ese halo es amplificado en las secuencias de acción. Constituidas como set-pieces, casi niegan la acción en su dilatación coreográfica y esteticista. La escena del tiroteo en el parque nocturno, pausado por los movimientos de las nubes que van despejando o tapando la luna, y con ella se va abriendo paso más o menos luz, adquiere un aspecto onírico en sus ralentizaciones exacerbadas que glorifican la contienda. Se llega al terreno de la sublimación por la vía de la estética. En clara consonancia al código ético de lealtad y grandeza del bushido japonés. Como si estuviésemos ante samuráis, Kwai, Chu y Fat Lok, por un azar que juega las cartas del fatum trágico, acompañarán a Frank Costello en una ruta suicida. Y será en ese gesto de entrega donde encontrarán su propia magnanimidad.

De esta manera, el trascendentalismo de Oriente dialoga con Occidente mediante la metafísica del polar en su concepción distanciada. Por lo que El silencio del hombre (Le Samouraï, Jean Pierre Melville, 1967) actúa como patrón totémico, especialmente en su primera mitad.[1]

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