sábado, julio 30, 2011

Winter's bone

Los escenarios en los que se suele ubicar el (buen) cine independiente norteamericano no son los habituales del cine hollywoodiense. Reducidos al mínimo los quiebres con el clasicismo narrativo, el cine indie actual, pasada la jubilosa explosión de su emergencia en los años 90, trata de despegarse de los manierismos que se fueron aposentando en él, tras la absorción que sufrió por las majors, cuando recurrieron a este cine para buscar una pátina de prestigio de los que sus blockbusters carecían. Acabó sucediendo lo inevitable, todas estas expresiones, en apariencia en los márgenes, se estandarizaron de tal manera que su propia etiqueta de independencia se gastó por repetición y agotamiento.  Winter's bone nos sirve para tomarle el pulso al cine indie de ahora mismo, que trata de resurgir de sus cenizas, tras el paso de los bárbaros. Film con una puesta en escena sencilla pero funcional, totalmente subordinada al relato, reduce al máximo la narración visual con una concisión y sobriedad estimable, donde sabe administrar los silencios y almidona con elocuente expresividad las texturas invernales que arropan la trama. De forma moderada, para configurar el aspecto inquietante de los huesos del invierno, se sirve del romanticismo gótico para puntear la historia con imágenes tenebristas en las que los árboles forman sombras amenazantes (por ejemplo, la imagen que enmarca el título del film). La conquista del far-west clásico en su dominación del dominio natural, deviene en la actualidad en una pálida sombra de aquellos días de gloria, bien acompañados de una columna sonora llena de aullidos de viento, ladridos de perro y discretos pero muy adecuados punteos de folk que remiten a un pasado ilustre, saqueado en su presente. La imagen que abre el film, mientras suena una canción folk con una voz femenina a capella, en la que vemos a cierta distancia unos niños saltando alegremente encima de una colchoneta, en las proximidades de una casa de madera, remite metafóricamente a esa figuración de un legado hoy desintegrado. Por ello, los colores han perdido su saturación y la fotografía desgasta el color real a favor de tonos más fríos, dirigidos más a las emociones, dando una sensación de absorción y densidad. Es un cromatismo un tanto apagado, poco definido y tenso, como si se le hubiese aplicado una capa de gris para ensuciarlo y recrudecerlo.

De esta manera, ubica su tejido dramático en Missouri, el Mid-west norteamericano, para realizar un retrato de la América profunda que guarda más de una conexión con el espíritu detectivesco de Twin Peaks (hasta el punto de que la aparición episódica de Sheryl Lee, la Laura Palmer televisiva, parece un guiño a aquella serie), donde se perfila el reverso sórdido del WASP, una especie de estercolero del que emerge un ahogado lamento al comprobar lo poco que queda de la estirpe idiosincrática de la nación norteamericana. Hay algo de añoranza, de llanto por la pérdida de las señas de identidad y culturales, en la que los valores tradicionales que sustentan la sociedad norteamericana malviven en medio de la sordidez y la inmundicia. De ahí la aparición del folk y del country como seña (positiva) de manifestación cultural. O que comprobemos cómo el vaquero, antiguo prototipo masculino norteamericano se ha desintegrado para dar paso al redneck, auténtico perfil de la white trash, contaminada por la droga y que puebla continuamente todo el film.  Por ello, ante estos restos del naufragio, aunque Winter's bone no sea una película de terror, no es extraño que retome algo del american gothic de los 60 y 70 en cuanto asistimos a la descomposición de la familia nuclear. 
 

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