lunes, agosto 09, 2010

Acantilado rojo


Malos tiempos para la lírica cantaban Golpes bajos en plena movida madrileña. ¿Y para la épica? El cine que nos llega de China en los últimos años, aquel que cuenta con un aparato industrial potente, parece decirnos que sí es buen momento. Aunque sea un país en vías de modernización (con las tensiones que ello conlleva entre tradición y modernidad), cuya política no se caracteriza por conciliar adecuadamente con la libertad de expresión y, por extensión, con los derechos humanos.

Una película como Acantilado rojo con su elevado presupuesto no tiene nada que envidiar a las superproducciones de Hollywood. Pero no es un caso aislado. Ya en 2009 tenemos Mulan (Jingle Man, Wei Dong) con personajes de carne y hueso. O en el 2007 la mediocre Warlords: señores de la guerra (Tau ming chong - Ci ma, Peter Chan). Aparatosas y desorbitadas producciones que reafirman el gigantismo y la espectacularidad que quisieron mostrarnos con la celebración de la Olimpíadas -qué mejor acontecimiento internacional que éste para demostrarlo-, en Pekín el pasado 2008. Si entendemos el cine como un instrumento de control ideológico del Estado, esta serie de películas épicas que se producen desde China pueden inducirnos a pensar que la vuelta a un pasado legendario no son más que ejercicios de glorificación nacional, disfrazados bajo el inocuo producto de entretenimiento, para así, camuflar las digresiones y contradicciones que se dan en el presente. Adormecer a las masas mediante el espectáculo. Frente a este cine con grandes medios ahí tenemos el grupo de directores de la llamada Sexta generación[1]. Un cine clandestino, rodado con escaso presupuesto, apegado a la realidad y con una clara voluntad crítica. Por tanto, subrepticio y ajeno a las voluntades gubernamentales.

Realizada esta premisa y sin pecar de ingenuos, podemos disfrutar de este soberbio y vistoso producto comercial que bebe de la aceptación internacional del wuxia contemporáneo (epopeyas heroicas de artes marciales), tras el éxito de Tigre y dragón (Crouching Tiger, Hidden Dragon, Ang Lee, 2000) y continuado por Zhang Yimou con su díptico Hero (2002) y La casa de las dagas voladoras (House of Flying Daggers, 2004).

Después de años de ostracismo, nunca podremos saber si voluntario o forzado, John Woo vuelve a su continente de origen para demostrarnos lo eficiente que es como realizador de acción. Porque dentro de su género, Acantilado rojo es una película ejemplar. La historia adapta una de las novelas clásicas por antonomasia de la literatura china, El romance de los tres reinos. Nos situamos al final de la dinastía Han, año 208, época feudal. Los acontecimientos narrados son los intentos del ambicioso primer ministro Cao Cao (Fengyi Zhang) por subyugar bajo su feudo los reinos independientes del Sur: los reinos de Xu y de Wu, los cuales se unirán para hacer frente al enemigo común. La película desarrolla las diversas estrategias entre ambos contendientes, culminando en la batalla final que da título al largometraje.

A primera vista, puede sorprender que John Woo se responsabilice de una película de tales características. Artífice del heroic bloodshed, subgénero policíaco formado por grandilocuentes films de acción ambientados en un entorno criminal contemporáneo, sus personajes, a pesar de situarse en ambos lados de la ley, acabarán asemejándose más de lo que en apariencia pueda parecer. Como le comenta el policía al asesino en The killer (1989), somos iguales pero con diferentes motivaciones. En cierta manera, el tiempo de grandes gestas de Acantilado rojo parece ser ese tiempo añorado de los criminales heroicos de films como A better tomorrow (1986) o The Killer (1989). En las cult-movies hongkonesas de su carrera, John Woo trasladaba a un contexto actual y urbano los grandes motivos de las narraciones épicas. Sus personajes, a pesar de situarse fuera de la ley, se erguían como héroes que creían en valores absolutos como la lealtad, la fraternidad, el honor y la amistad.

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