domingo, octubre 17, 2010

Mi refugio

La descendencia filial parece gravitar en el cine de François Ozon como una de las líneas de reflexión prioritarias desde El tiempo que queda (Le temps qui reste, 2005). Mousse (excelente Isabelle Carré) es una mujer heroinómana y embarazada que ha perdido al amor de su vida, Louis (Melvin Poupaud), después de un definitivo viaje a Morfeo. La muerte como súbita desaparición, ya no produce en su cine esa tremenda laguna que aboca al vivo hacia los fantasmas de la razón, tal como sucedía en Sobre la arena (Sous le sable, 2000). El inexorable vértigo de la ausencia existirá como un tornasol en Mousse. Pero ese mar que choca violentamente sus olas, no es el vacío completo. Como dice Paul (Louis-Ronan Choisy), el hermano gay de Louis en su funeral, el que pierde su vida, otro la recuperará, palabras que retumbarán en su interior.  Por ello, Mousse, repudiada por la familia de Louis (perteneciente a la alta burguesía francesa, a la que Ozon acostumbra a satirizar o poner en tela de juicio), decide exiliarse en el País Vasco francés, en una casa alejada del mundanal ruido y, como suele ser costumbre en Ozon, cerca de la playa. La visita inesperada de Paul pone en relación a los dos personajes y esos días que comparten juntos marcarán el destino de ambos.

Una casa aislada y dos personajes. Uno de ellos aparece como un intruso. La playa, el mar y el agua como hipnótico elemento cargado de simbolismo. Tropos que se repiten en su cine desde Regarde la mer (1997) y que se van repitiendo en ligeras variaciones, en films como Swimming pool (2003). Ozon en estado puro, sin aditivos ni conservantes.

El realizador parece que se nos hace mayor, en el mejor sentido de la palabra. Su actitud provocadora y moderadamente subversiva, enfatizada en sus primeros filmes, ha dado paso a una cada vez más depurada abstracción narrativa, menos excéntrica y más sutil. En apariencia más sencilla, pero a la vez mucho mejor dosificada. Su inquietud experimentadora ha dado pie a vistosos juegos metanarrativos, donde los esfuerzos se han centrado en la deconstrucción de los géneros, alguno de ellos plenamente lúdicos, como el de 8 mujeres (8 femmes, 2002).

Al llegar a Mi refugio, su virtuosismo pierde reflejo en maniobras estructurales, para centrarse en los personajes y el relato. No nos deja solo con el esqueleto. Ahora, las sugerencias parece que se desprenden solas, como la sensualidad de Isabelle Carré embarazada, a través de la fuerza de la imagen (importante conductora de significado en su cine) y la capacidad magnética de los actores, a los que aboca todo el aparato escénico, el cual, sigue siendo mínimo.

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