martes, enero 02, 2007

La maldición





















Vi en un canal de cable el precedente de La maldición, un primer trabajo amateur en vídeo digital, Ju-On. A pesar de su carácter amateur y de no exisitir apenas narración convincente, contenía unas escenas de tensión psicológica muy inquietantes, efectivas y muy buen resueltas.
Por ello, tenía cierta expectación por ver como el mismo director había desarrollado la misma película pero con un presupuesto más holgado.

Realizo el comentario de ambas a la vez, ya que lo que pueda comentar de una es válida para la otra. Asimismo cuando finaliza La maldición vemos ya el trailer de la segunda parte. Por lo que deduzco que ambas se realizaron simultáneamente o se concibieron a la vez. Las dos podrían ser un solo film. Aunque en la segunda parte los hechos narrados son posteriores a los descritos en la primera. Es decir, hay consecución temporal en los hechos narrados.
A diferencia de Hideo Nakata con The ring y Dark Water, Takashi Shimizu realiza con sus dos films un ensayo de horror puro donde no existen dislocaciones temáticas, mixtura de géneros o superposición de dimensiones fílmicas. Es decir, The ring, al margen de enmarcarse en el género de terror, (por los hechos sobrenaturales y por la aparición espectral), también coquetea con el thriller detectivesco ya que los protagonistas tratan de desentrañar el misterio que les ha contado los días de vida. En Dark Water dicha hibridación de géneros es todavía más evidente. Y de hecho, podríamos decir incluso, que el aspecto fantasmal es un macguffin o un punto de partida para adentrarse metafóricamente en otros temas en los que el film está claramente enfocado desde el principio. A Dark Water, volveré más adelante.
En Takashi Shimizu, no se da, tal como he comentado. De hecho, nos ofrece el hueso sin carne, sin paliativos, sin manierismos y sin capas artificiales tratando de acercarse a la esencia del género de terror, cuyo objetivo último es entroncar con los miedos inconscientes y atávicos del espectador diseñando un terror piscológico puro. En ese sentido, éste es un cine de sensaciones limpio, más que de aspectos reflexivos.

Por ello, la puesta en escena adoptada está impregnada de un clasicismo sobrio sin ninguna pirueta visual. Shimizu hace uso de una gramática visual con panorámicas subjetivas, travellings de aproximación y efectivas ráfagas visuales donde los personajes no saben que están acompañados de fantasmas. A nosotros nos muestra el plano de forma muy breve para provocar ansiedad. Al ser una escena muy rápida que nos dura en la retina escasos segundos, nos alerta conforme el peligro está al acecho. Y si estamos pendientes nos recompensa, ya que nos otorga más información de la que los personajes disponen. Por lo que se nos va sedimentando una semilla clara de terror piscológico que irá floreciendo en las secuencias siguientes. Sabremos, que a partir de ese momento, la tensión empieza. Un claro ejemplo de lo descrito es la secuencia, por ejemplo, del equipo del rodaje cuando se encuentra en el exterior de la casa con los preparativos (me remito a La maldición 2). En esa secuencia sabemos lo que se encuentra en la casa, y además, de espaldas a ellos, ya hemos visto que la mujer-espectral ya está allí observándolos desde la parte superior de la casa. Es un perfecto ejemplo de lo buen conocedor que es Shimizu de los mecanismos de terror.
También cuenta con contrapicados y angulaciones que refuerzan el temor a la parte superior de la casa. O con planos secuencias en los que el personaje se adentra en lo desconocido, donde se explota a fondo la profundidad de campo, o se mantiene el plano fijo general ante los movimientos parcos de la madre-fantasma. Un colofón final de la tensión que ya tenemos interiorizada. De hecho el mantener el acercamiento en un plano fijo y que los movimientos sean reposados provoca que pasemos a un estado superior de desasosiego. De esta manera, la paralización de su futura víctima, que se mantiene inmóvil, bloqueada y presa del pánico, es una perfecta equivalencia de dicho desvelo en el que nosotros como espectadores ya estamos inmersos.

Este minimalismo y este clasicismo resulta altamente efectivo, teniendo ambos films escenas memorables. Por ejemplo, a destacar, la escena de los golpes en la pared de La Maldición 2. Por ello, todo aficionado al género de terror, creo que puede disfrutar ya que suponen una vuelta a los orígenes. Se agradece, en ese sentido, la seriedad y el respeto con la que se encara la propuesta, nota común en todas las aproximaciones orientales.
Ese constante juego el que Shimizu nos imbuye, otorgándonos más información que a sus personajes y sustrayéndola en otros momentos, ese temor a lo sugerido, a lo que no se ve pero está ahí, articula toda la experiencia terrorífica que suponer ver los films.

No hay que olvidar, que a esta estética visual, viene acompañada de unos acertados efectos de sonido (el crujir de huesos es impagable utilizados como anticipación o como refuerzo del pavor). Y se agradece enormemente que no se recurrra ni a la sangre fácil ni a unos efectos especiales con tono desgradable o gore que hubiesen desvirtuado el sentido de ambos films. También es digno de mencionar, que se resista a la sobresaturación de apariciones fantasmales que acabarían agotando la fórmula, y si bien Toshio, el niño-fantasma, sí que aparece asiduamente (llamado a convertirse en una star del género), se dosifica la aparición de la madre, para no perder la presencia aterradora.

No obstante, al concebir el terror de esta manera le sustrae todo contenido narrativo posible y quizás para no resultar excesivamente simplista o convencional, y a la vez evitar caer en la monotonía, estructura el guión en episodios, los cuales no van seguidos de una consecución lógica. Nunca sabemos con exactitud en qué momento de la historia nos está situando, si presente, pasado o futuro.
Por lo que, esa desorientación en la que nos sitúa, donde Shimizu no quiere otorgar claves suficientes para que el espectador recomponga el puzzle de alguna forma más o menos coherente, provoca que el espectador quede desubicado. El capítulo final, en el que se retoma de nuevo el primer personaje episódico, presenta más interrogantes que aclaraciones. Por lo que Shimizu se niega a facilitar al espectador ninguna conclusión que ate todos los cabos dispersos.
De hecho las numerosas críticas negativas que he leído todas se centran en esta cuestión sin mencionar el restos de aciertos y virtudes que tiene. Un trato decididamente injusto.

Esta es la gran diferencia entre La Maldición y su secuela, ya que ésta última es más fácil seguir. Shimizu abandona en su secuela toda acrobacia argumental. Las realiza, pero las resuelve de forma diáfana en el mismo capítulo. Otorga al espectador más claridad en lo que se refiere al seguimiento de la trama. De hecho, si tomamos como ejemplo el episodido de los golpes en la pared (realmente aterrador), Shimizu inserta las piruetas argumentales en su concepción terrorífica. Están más al servicio de su concepción del terror más que para otorgar complemento al film. Ya que resulta tremendamente desgarrador descubrir el motivo de los golpes en la pared.

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