martes, noviembre 11, 2008

Paranoid Park

1979

Muerte

Con Paranoid Park, Gus Van Sant parece cerrar así una etapa artística iniciada con Gerry (2002), Elephant (2003), continuada con Last days (2005) y concluida con Paranoid Park (2007). En todas ellas, trata de establecer un retrato de la disfuncionalidad de la sociedad norteamericana a través del retrato de la apatía, la amoralidad y la desorientación de las nuevas generaciones. La muerte, como elemento abrupto que sesga la inocencia será el nexo de unión de los protagonistas de los filmes de Gus Van Sant.

La muerte en Elephant se presenta como elemento funesto y azaroso que evidencia la fragilidad de la vida humana (la vida sólo depende de aparecer en el momento y en el lugar menos adecuado), rompiendo abruptamente con la cotidianeidad monocorde y gris de la vida.

En Last Days, la muerte acecha cuando los asideros que te mantienen apegado al mundo dejan de tener sentido. En los últimos días de una existencia truncada, la soledad insondable ahoga el alma humana y solo existe paz si uno se encuentra perdido en la grandiosidad de la naturaleza, como sujeto que ya no decide participar del mundo que le rodea.

La muerte en Paranoid Park sigue presentando ese carácter fortuito otorgado en Elephant, para sumir a nuestro protagonista en un viaje interior hacia los recovecos más oscuros del alma humana. La muerte con su fuerza arrolladora es la que provoca el desorden en el mundo interior de Alex, porque es en ese momento cuando siente. Cuando siente la vida porque ha traspasado las fronteras entre el cuerpo y la sustantividad. Y es curiosamente la muerte la que provoca que se haga partícipe. La que otorga sentido a su existencia. En ese desorden emocional, le urge la necesidad de establecer un diálogo interior por primera vez. Pero no tiene las herramientas para hacerlo. Así, el sentimiento de culpa y el miedo que se enardece como un gigante demoníaco que devora su tranquilidad le mantiene en un callejón sin salida.

Con una pequeña ayuda de mis amigos lo consigo rezaba una canción de los Beatles. Y es así cómo Alex, conseguirá poner orden. Es cómo conseguirá controlar el río desbocado que fluye en su interior. Y lo hará a través de la escritura, a partir del consejo que le da una amiga suficientemente perspicaz para deducir que hay algo en Alex que no funciona.

El puente

1979 es una canción de los Smashing Pumpkins. Su videoclip ilustra la vida de un grupo de adolescentes que se encuentran entre la infancia y la edad adulta. Podrían ser compañeros de Alex. La canción con una melodía melancólica en medio-tiempo contrapuntea las diversas escenas festivas-jocosas que vemos en el videoclip. El contraste entre imagen y música crea una cierta sensación de evocación hipnótica.

Similar sensación nos embargará en nuestro viaje a Paranoid Park de la mano de Gus Van Sant.

El director, en un auto asumido riesgo de experimentación formal y narrativa, realiza un ejercicio de abstracción y conceptualización para buscar nuevas formas artísticas de expresión que le permitan navegar mejor en el mundo anímico de sus personajes. Así, reduce a la más mínima esencia el contenido temático y narrativo de sus propuestas y trata de establecer su film como una experiencia sensorial desdramatizada.

Los adolescentes de Gus Van Sant, desde aquellos tiempos lejanos del Mike Waters (River Phoenix) en My own private Idaho (1991), siempre son extraños en el paraíso. Son seres solitarios, aislados, que deambulan por un mundo que no les pertenece. Son personajes que se desdibujan ante la cámara para vaciarse en presencias. Cuerpos errantes a los que la cámara de Gus Van Sant filmará con una sinuosa fascinación hacia el rostro y el cuerpo que retrata.

Así, dentro del catálogo de seres que Gus Van Sant despliega en su filmografía, Alex se nos presenta como un personaje solitario, con contactos superficiales con su entorno. Paranoid Park, se le aparece como el lugar del que quiere formar parte. Necesita hacerse partícipe de una colectividad para romper con su sempiterna soledad, y aunque le produce miedo, será su lugar en el mundo. A un nivel simbólico más profundo, ese espacio, desconocido, que empieza a transitar, representará el estado de madurez. Es un personaje en transición, entre la infancia y el mundo adulto.

En ese sentido, Gus Van Sant ya realiza una declaración de intenciones desde el primer plano fijo del film en el que se suceden los títulos de crédito. Dicho plano es un puente con el tráfico acelerado. Ese puente será su símbolo visual para presentarnos el juego que nos va a proponer. Ya que su film será un puente entre la realidad exterior y cómo nosotros asimilamos dicha realidad a través de nuestra racionalidad y sentimientos. Un puente entre la infancia y mundo adulto, entre presente y pasado.

Estilo

A través de Alex, de lo que ve, cómo lo siente y cómo lo reconstruye para plasmarlo en la escritura, establecerá las premisas fílmicas para hacernos saltar desde el mundo anímico de Alex al mundo que le rodea. De esta manera, establecerá un trenzado de representaciones (mentales, sensoriales y “objetivas”) articuladas a través de un montaje que establece vericuetos caprichosos. Una composición organizativa en la que se jugará con el presente y el pasado indeterminando, el tiempo y el lugar, a base de una superposición de elipsis y momentos oníricos que suspenden la acción.

Por ello, Gus Van Sant, reduce el contenido a la mínima argucia argumental, estableciendo un suspense que funciona como mcguffin. El autor no quiere limitarse a explicarnos una historia. Quiere seducirnos, embargarnos en un estado emocional, a través de la imagen y la música, recordando en los momentos más líricos al cine de Wong Kar Wai. Esa adhesión emocional, que consigue a través de la imagen ralentizada, la música y los planos-secuencias con la steadycam, elegantes y serpenteantes, embarga al espectador en una atmósfera narcótica que suspende todo juicio valorativo ante las acciones de Alex.

Para ello utilizará dos tipos de fotografías: una granulada con una fuerte exposición lumínica y ralentizada para adentrarse en las puertas de la percepción emotiva de Alex y otra ya en 35 mm para filmar el mundo convencional, cuando todavía no ha sido mediatizado por su sentir. Como si fuese una realidad exterior a él.

En definitiva, Gus Van Sant, con un ascetismo narrativo encomiable, se adentra en el difícil arte de la sugerencia sensorial para atraernos con un evidente poder magnético hacia los meandros convulsos de un adolescente, que pierde su inocencia para no recuperarla jamás.

Version 2.0 editado por Liliana Sáez.



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