domingo, agosto 31, 2008

Roma, ciudad abierta



La segunda guerra mundial trajo consigo, una crisis de valores que impedía ver con nitidez la relación del hombre con las cosas. Aparece una realidad dislocada, profundamente fragmentada y por tanto la realidad ya no puede verse de la misma manera. Es imprescindible forjar una nueva conciencia que permita reconstruir la identidad histórica y nacional de los países desvastados.

Italia fue uno de los países de Europa que más acusó el proceso de destrucción que trajo consigo la segunda guerra mundial.

En las cenizas humeantes de la posguerra, Italia, tras el paso de las tropas aliadas y del nazismo (de norte a sur), se encontraba en un triste estado de descomposición.
Como bien señala Jean Luc Godard, Italia perdió su identidad nacional que tuvo que ser reconstruida con ayuda del cine.

En ese contexto, tal como indicaba Bertolt Brecht, los cambios de época requerían cambios en los modos de representación. Emerge así el Neorrealismo Italiano.

Es necesario precisar que en tiempos del fascismo italiano, en aquellos círculos intelectuales más próximos a la izquierda (situados entre El Centro Sperimentale di Cinematografía con Umberto Babaro y Luigi Chiarini a la cabeza y la revista Cinema) influenciados por el realismo poético francés (especialmente por el cine de Jean Renoir) y por la literatura norteamericana de realismo negro (con escritores como Ernest Hemingway, John Dos Passos, William Faulkner,etc.) se estaba reclamando una vuelta al realismo en el cine como manifestación cultural.

Ossessione (Ossessione, Luchino Visconti, 1942), respondió a este requerimiento en firme oposición al cine que se realizaba en el fascismo italiano. La cultura oficial del fascismo estaba caracterizada por un carácter grandilocuente, en un afán escapista poblado de comedias sentimentales y melodramas llenos de glamour y bien alejados de la realidad cotidiana (el cine de los teléfonos blancos).

Frente a un cine cargado de retórica, Visconti responde con un film en el que se retrata gente vulgar, en el que el protagonista es un vagabundo, en el que se habla de adulterio, y en el que se recrea con cierto verismo determinados ambientes sociales, poniendo especial énfasis en el retrato de las situaciones sociales más que en los acontecimientos narrativos. Las influencias de Jean Renoir con el que Visconti trabajó, y la adaptación de la novela de realismo negro de James M. Cain, El cartero siempre llama dos veces, fueron puestas en práctica en dicho largometraje, el cual supuso el primer disparo certero a la muralla cultural.

En ese caldo de cultivo Rossellini aunque realizaba films de propaganda para el régimen, se servía del documental como herramienta de descubrimiento de la realidad. En 1943, ante la inminente ocupación nazi, y la necesidad de esconderse por su acuerdo con la resistencia, reacciona comprometiéndose éticamente con su sociedad y luchando ante el olvido histórico. El cine no puede ser indiferente a la situación política. Nace Roma ciudad abierta, en 1945, desde una posición moral, como grito de protesta ante la ocupación y pistoletazo de salida para el movimiento del Neorrealismo italiano.

En su texto de 1953 para la revista Retrospettive, Dos palabras sobre el Neorrealismo, Rossellini manifiesta que:
El realismo para mí, no es más que la forma artística de la verdad. Cuando se reconstruye la verdad, se obtiene la expresión.
El film realista es el film que plantea y se plantea problemas: el film que pretende hacer pensar.
Todos nosotros hemos asumido, en la posguerra, este compromiso. Para nosotros lo importante era la búsqueda de la verdad, la correspondencia con la realidad

En Roma ciudad abierta, podemos vislumbrar el perfecto ejemplo de su pensamiento creativo.
Bajo una corriente profundamente espiritualista (y católica), Rossellini dará tres películas al movimiento: la película que nos ocupa, Paisá (Paisá, Roberto Rossellini, 1946) y Alemania año cero (Germania, anno zero, Roberto Rossellini, 1948).

En sus tres películas tomará conciencia de los conflictos de su presente, tal como hemos dicho, y se planteará cual es la forma idónea para plasmar tales conflictos desde una posición comprometida.

En la inmediata posguerra, tras el proceso de liberación, la industria cinematográfica estaba en proceso de reconstrucción, circunstancia que propiciaba que surgiesen proyectos cinematográficos que otros tiempos no hubiese sido posible. Con pocos medios, rodando con las colas de los negativos ante la ausencia de película virgen, en escenarios naturales, con actores semi-profesionales o no actores, el largometraje, posibilita unos nuevos modos de producción frente al cine de estudios. Así servirá de inspiración no solo a sus compatriotas italianos como Visconti o De Sica, sino a la Nouvelle Vague que recogerá el testigo de Rossellini en sus primeras acometidas tras la pantalla. Asimismo, evidentemente propicia una posibilidad para aquellos países de cinematografías pobres (los mal llamados cines periféricos) como Japón, los países de la Europa del Este o los países de America latina.
Por tanto, nos encontramos ante un cine que nace de la necesidad y de la oposición, un cine de la inmediatez.

Roma ciudad abierta como largometraje de transición entre una época y otra, se convierte en un híbrido entre los recursos documentales ya previamente ensayados y una estructura de cine clásico.

Rossellini consideraba que la realidad ya poseía su propio valor intrínseco y la mejor forma y más rigurosa de aprehender la realidad a nivel estilístico era a través del procedimiento que posibilita el documental como fuente de verismo.

Pero para que el film funcionase como eficiente arma de concienciación (y no necesariamente política), era necesario conseguir la implicación emocional del espectador, apelando a la indignación.

Rossellini bajo un cariz profundamente católico apela a la compasión, a la piedad cristiana, al sufrimiento y al sacrificio humano erigiendo a sus personajes como representantes del pueblo italiano.

Es en este foco de atención donde la película funciona con gran fuerza emocional y eleva al film en la categoría de cine imperecedero. Y además en ese sentido, la muerte de Pina (estupenda Anna Magnani), deviene un punto de escisión de sus dos vertientes (el realismo social de la proximidad frente a la trama novelesca). La segunda parte del film más centrada en los aspectos de espionaje y contra espionaje bebe indudablemente del cine de suspense americano.

No obstante, Rossellini con su film prefigura por lo menos tres aspectos de la modernidad cinematográfica que justifican que se le considere uno de los padres espirituales del cine moderno.
  • A nivel estilístico, como hemos comentado el uso de las técnicas del documental para ficcionar una historia, lo que implica salir a la calle a rodar, iluminación natural, etc.
  • A nivel narrativo, pese a ser una película de carácter coral por esa voluntad de erigirse en representación del pueblo italiano, Pina, sobresale por encima del resto de los personajes y la primera parte del film está centrada fundamentalmente en ella. Su muerte en la mitad del film, rompe con los esquemas preconcebidos del espectador y anticipa lo que posteriormente realizaría Hitchcock en Psicosis (Psycho, Alfred Hitchcock, 1960). Deja al espectador huérfano, desorientado y sin asideros que le permitan anticiparse al devenir de los acontecimientos. Asimismo, dicho discurrir que se sitúe en la mitad del film, hace respirar al espectador el aire de tragedia que será explicitado en la conclusión del film.
  • El tercer aspecto también narrativo digno de señalar, que ya remarcaba por ejemplo Víctor Erice, se refiere a la planificación escénica de la tortura en el desenlace del film.
    El explicitar la tortura, sin obviarnos el rostro magullado de Manfredi, mostrando sin ningún pudor el sacrificio (tal como está planificada la escena se rememora la figura del mártir cristiano), supone la pérdida de la inocencia cinematográfica. Esta escena que produjo no pocas discusiones con su guionista Sergio Amidei (Rossellini se oponía a ella), no obstante funciona como voluntad fehaciente de no ocultar la realidad y por tanto instaura en el cine una nueva forma política de entender el cine.

Rossellini estaba especialmente preocupado porque su película no se convirtiese en un simple panfleto político. Deseaba evidenciar su postura moral para llegar a la verdad. Ante esa preocupación, si bien el film evidencia una visión pesimista de la resistencia italiana, las referencias políticas son difusas en la caracterización de los personajes si se quiere más novelescos. Es en este esquematismo donde la película ha envejecido a pasos agigantados. Rossellini lamentaría tiempo después que su film estuviese demasiado sujeto a un guión.

El mayor Bergmann, perverso, maquiavélico, despiadado y amanerado, aparece excesivamente como un personaje de cartón piedra. Es un trazado maniqueísta muy deudor del retrato clásico del cine norteamericano. No obstante, se obvia cualquier referencia explícita al nazismo, convirtiéndose así en un prototipo de villano, pero casi borrando las connotaciones políticas.

Ingrid, su colaboradora nazi, nos aparece como la versión femenina del mismo personaje, también maquiavélica, desalmada, implacable y lesbiana asociando la orientación sexual del personaje como perversión sexual (y por tanto indisociable de la maldad) fruto de la moral cristiana que atraviesa toda la película. De hecho la escena del abrigo de visón recuerda poderosamente a la sra. Danvers de Rebeca (Rebecca, Alfred Hitchcock, 1940), otra pérfida lesbiana.

Por otra parte, aunque es un cine de clara oposición a la cultura oficial, el fascismo italiano brilla por su ausencia. Asimismo, tampoco aparece representada la burguesía, por lo que se obvia la denuncia de esa clase social.

Y en lo que respecta a los colaboracionistas no parecen exhibir motivaciones políticas sino más bien necesidad de arribismo. El ejemplo más claro en ese sentido es Marina: huye de la pobreza y ansía el glamour y para ello no se detendrá ante nada. Es un personaje fuertemente inestable, mentiroso, drogadicto y nuevamente con tendencias lesbianas. Ante este dechado de virtudes, se justifica la traición, desencadenando la tragedia.

En cambio, el pueblo heroico sobrevive con dignidad ante las circunstancias, mostrando la resistencia activa políticamente como tremendamente ineficaz. Este retrato de la colectividad italiana es el que le permite a Rossellini redescubrir la realidad, y es en ese marcado realismo social ante localizaciones reales, donde la película muestra toda su potencia expresiva y vigor emocional.

Película testimonial, valiente, comprometida, eterna.

Os dejo con una de las secuencias fundamentales no del film sino de la historia del cine.

Muchísimas gracias a Liliana Sáez.


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