miércoles, octubre 04, 2006

La tormenta de hielo


No sé que tendrán las películas invernales que me fascinan tanto. Como en Magnolia, en la película que nos ocupa, un fenómeno metereológico (bastante inusual) actúa en la película como clímax dramático. Pero el largometraje de Ang Lee, en cambio, es más reposado. Se centra en los detalles de forma minuciosa. Como si estuviésemos delante de un cirujano del comportamiento humano. El cenit de su estilo nos llegó este año con Brokeback Mountain. Pero ya estaba más que perfectamente ensayado en esta película con resultado igual de alentadores.

Al igual que en Los amantes del círculo polar, la fotografía es predominantemente azul color hielo, triste y desesperanzado. E incluso la banda sonora parte de similares motivaciones. Ambas comparten musicalidad similar asociada lógicamente a la imagen y al guión. Es pura coincidencia ya que se realizaron en el mismo año. En las dos hay tragedia pero sus motivaciones son diferentes.

Podemos pensar en el amor y el perdón como la motivación principal de Magnolia. En cambio, el taiwanés focaliza su interés en la disección de la familia. Y ver, ante semejante autopsia, cómo se resquebrajan los tradicionales valores familiares. Asistimos así, ante la descomposición de la familia nucleoparental tradicional. Aunque reduciríamos su campo de acción. Ya que la adolescencia juega un papel igual de importante.

Nos encontramos en USA, en los convulsos años 70. Nixon en la televisión demostrando a su nación la flaqueza del ser humano con el caso Watergate. Una clase media acomodada que juguetea con la liberación sexual, en plena resaca de los años 60, y una adolescencia inquieta con su cuerpo y con el sexo. Unos padres desorientados que no saben manejar ni su vida ni saben como encarar la adolescencia de sus hijos. Tampoco pueden, ni saben, cómo enfrentarse a la crisis de un matrimonio extinto del que ya no queda encendida ni una ligera llama de vela. No hay movimientos ni adelante ni hacia atrás. Solo pasos erráticos que no implican desplazamiento alguno. Bloqueados en un momento del que no saben salir, son seres patéticos e insípidos que no despiertan compasión alguna. Especialmente, el personaje de Kevin Kline, el padre de familia, el bastión de la familia demolido y pulverizado, del que solo quedan astillas inofensivas. Al final, constantamos el fracaso de él como hombre, como marido y como padre. Lo único que le queda es el llanto. Y lo peor de todo, es que se nos antoja la mirada del director hacia su ser, tan fría y tan distante, que no nos ofrece compasión alguna.
Patético resulta verle como maneja su infidelidad. O ver como intenta salvar su matrimonio tratando de afrontar la situación cuando es descubierto. Si bien, albergamos serias dudas para afirmar que se enfrenta, ya que lo único que sabe hacer es balbucear. También resulta deplorable verle cuando intenta hablar a sus hijos sobre el despertar de la sexualidad u observarle en la ridícula fiesta de los llaveros.

Un punto y aparte, merece la interpretación de Sigourney Weaver, aunque eso no significa que el resto de actores (incluidos los adolescentes y ahora famosos Christina Ricci, Tobey McGuire y Elijah Wood) estén mal. Una dirección de actores mayúsculas. La actriz, con los recursos expresivos necesarios y bien dosificados, desde la contención, sin verbalizar apenas, con una presencia arrolladora, nos proyecta a una mujer hastiada, perdida, sin rumbo (cómún denominador en todos los personajes), sin mostrar en apariencia sentimiento alguno. Con una frialdad digna de un trozo de hielo utiliza a los hombres, especialmente al mediocre personaje de Kevin Kline, como meros intrumentos para conseguir una fuente de evasión de su apagada vida (y matrimonio). A través del sexo por el sexo, sin ataduras sentimentales algunas. Poco sabemos de su personaje y de su matrimonio pero lo intuimos todo a través de sus miradas, sus gestos altivos y su actuación. Eso es interpretar. Construir de la nada un personaje y darle todo un bagaje previo, el cual solo podemos conocer a través de lo que vemos de ella (porque las palabras, son las justas y la mayoría de veces, utilizadas como armas certeras). Por ejemplo, la escena de cama con Kevin Kline en la cual él, verborreico, entabla un monólogo sobre estupideces insustanciales sobre el golf. Hasta que a ella se le agota la paciencia de escuchar tanta letanía. Brillante réplica : "Para eso ya tengo un marido".

Christina Ricci, nos ofrece una versión extendida y más adulta de lo ya ensayado en La Familia Addams, en clave de comedia. Una niña-adolescente pérfida que no le importa en absoluto juguetear a dos bandas con dos vecinos suyos. Dos hermanos ingenuos, (el mayor interpretado por Elijah Wood), y rematadamente dóciles que no saben donde van y que se dejan llevar ante la firme decisión y la batuta de una lolita en ciernes. Si bien, ella sólo busca experimentar con su cuerpo sin importarle mucho con quién de los dos. Aunque siente predilección por el más indefenso, acobardado y pequeño. Ya que la dominación y el efecto vampírico son mucho más efectivas. Ella, como Sigourney Weaver, decide, qué quiere hacer y con quién. Los chicos, lo único que saben (pueden) hacer, es obedecer.

Y acabo, con Tobey McGuire, el narrador en primera persona. Se trata de un adolescente virgen todavía anclado en ciertas ideas románticas y platónicas, (e infantiles, ya que al varón le cuesta dejar atrás su infancia a diferencia de la mujer), que no consigue todavía arrancar interés alguno en las mujeres más allá de la simple apariencia de ser un "hermano". Se le revolucionan las hormonas pero sus movimientos son todavía muy torpes.
Con él, el film comienza, de vuelta a casa en un tren leyendo un cómic de Los 4 fantásticos. Y de él oímos una brillante definición de lo que es (su) familia, a través del cómic que lee.

Este film es todo eso, y más, porque la historia se contextualiza en un perfecto retrato de:

Una época: la década de 70. Años desencantados ante el fracaso de la utopía de los 60.

Un contexto socioeconómico: la clase media norteamericana y la crítica que se cierne sobre ella ante su absurda moral y su mundo lleno de mentiras. Ilusiones que pierden fuerza y acaban resquebrajando el débil marco en el que se sustenta dicha clase media. Por ejemplo, las mentiras de Kevin Kline a su mujer, las auto-mentiras de su mujer, Joan Allen, intentando todavía creer en un artificial (vacuo) y sin alma matrimonio. Quimeras que actúan como reflejo de aquellas torpes declaraciones de Nixon en el televisor.

El marco facilita de forma magistral unas sensaciones y comportamientos centrados en el desequilibrio anímico y en la sensación de estar a punto de caer al vacío. Como en Brokeback Mountain, se centra en el fino retrato de personajes desde aquel que se sitúa fuera del paisaje que retrata. De esta manera, Ang Lee alcanza a dibujar con tiralíneas un contexto desolador y una época histórica que influye a los personajes, los enmarca y los aprisiona.

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