domingo, abril 06, 2008

Pierrot el loco

El intelectual en la torre de marfil

Esto es lo que sucede cuando a un director se le dice que es un artista y se lo acaba creyendo demasiado.

Pierrot el Loco, me aparece como una prolongación de lo que fue Al final de la escapada llevado hasta el paroxismo. En su afán por buscar la máxima libertad, Godard simpatiza aquí con la anarquía en la construcción fílmica reincidiendo en similar motivación argumental. Una tenue y abigarrada línea argumental desintegrada que obedece también a una huida hacia adelante con toques de cine policíaco. Es como si Godard hubiese decidido dinamitar lo que fue Al final de la escapada, y lo que vemos en Pierrot el Loco es ese instante de la explosión, como van cayendo los restos con la misma lógica del caos y del desorden. Partículas que a su vez se no muestran como pálido reflejo de lo que fueron y ya no es.

Así Godard, conceptualiza su film arrastrando hasta la exasperación su ejercicio de libertad artística llevándolo hasta sus últimas consecuencias. Lo que fueron hallazgos, aquí son hartazgos. Lo que fue incesante intertextualidad de su film manifiesto, es aquí pura pedantería. Porque la pornografía intelectual de la que hace uso Godard, lo único que demuestra es el elevado nivel erudito de su director. Esta vez, la intensa participación que se buscaba en Al final de la escapada, ante tanta cita literaria, pictórica, filosófica y cinematográfica, se ensordece, dándonos un director que sí, es muy culto pero que no devuelve ningún tipo de feedback al espectador.
El orador cultivado en su torre de marfil, nos derrocha todo su conocimiento artístico pero nos deja empequeñecidos y asqueados ante tanta snobismo y ante tanta autosuficiencia cultural.

Recursos cinematográficos

Se maneja esta vez un presupuesto más holgado que curiosamente inmoviliza sus renovadores principios de transformación del lenguaje cinematográfico. En ese sentido, Godard extrema la no sincronización de la imagen y sonido, abusa de indicios gráficos no diegéticos y basa más que nunca la interpretación de sus actores en la improvisación. Pero sorprendentemente todo acaba resultando más convencional.

Esta vez, Godard al rodar en color, se permite jugar con las tonalidades del color y la iluminación (especialmente en las secuencias iniciales). Quiero destacar en ese sentido, la revisitación posmoderna que supone esos planos de Pierrot y Marianne Renoir en el coche, que no dejan de ser una reformulación de aquellos planos del cine americano clásico en los que se situaba a los personajes en el coche, detrás de un croma o pantalla.

Usa colores saturados muy a lo Nicholas Ray, es decir, colores muy vivos, henchidos, para mostrarnos la intensa vida que supone dejar atrás la sociedad burguesa y capitalista y encontrar una vía de pureza espiritual estrechada con la pureza de la naturaleza.

No obstante todo ello, ya no deslumbra, sino que responde a signos externos y superficiales de la política de autores. Porque todos estos recursos mostrados ya no parecen responder a la organicidad del film, sino que manifiestan esa necesidad de caracterizarse él como director-autor. La finalidad fílmica desaparece para dar paso a la actitud petulante del que está detrás de la cámara.

La persona por encima del arte

Es un caso más de como una personalidad artística que ansía exhibirse y declararse acaba eclipsando y malogrando el producto final. Porque tal como ya presumía, no evita caer en la autocita en numerosas ocasiones. Porque Ferdinand Griffon, 'Pierrot', tanto por su forma de furmar, como por su forma de actuar y comportarse, no cesa en su recuerdo constante a Michel. Y de la misma manera, Godard desea y ansía hablar a través de su personaje, esta vez mostrándonos un compromiso político más marcado.

Un compromiso político que ya era subyacente en su forma de narrar un estilo de vida, que rechaza los sustentos y pilares de la sociedad capitalista-burgués. La autorealización personal pasa por quebrantar, romper la autoridad y luchar por las normas impuestas coercitivas. Y sobretodo, escapar, fugarse hacia una vida libre, sin la presencia de la dominación institucional y personal. Una fuga que implica, por tanto, un aislamiento, una soledad, del luchador que se precipita hacia un final trágico, que busca caer por un precipicio sin revisar los efectos de la caída libre, sin importarle que al final del camino no exista una red que amortigüe el golpe.
La evasión narrada no obstante, tiene compañera de viaje, Marianne Renoir, que si al principio es la impulsora, después en una voluble actitud, traiciona, se aleja, y abandona a un Pierrot, que quiere verse reconocido como Ferdinand, por mucho que Marianne solo quiera dialogar con Pierrot le fou.

Puedo recoger instantes de bella poesía visual, puedo asumir una narración fragmentada, o la ausencia de ella, pero me cuesta encajar que sea más importante la personalidad del que lo muestra que lo mostrado en sí. El tono afectado y altivo de Godard, desgraciadamente fractura y devalúa el film que nos ocupa aunque me parezca respetable o legítimo sus intenciones, su compromiso político ante su presente y su discurso téorico-fílmico. Valores que sin duda pesarán en otros espectadores, pero que a mí hace que la balanza se me caiga a los pies.


1 comentario:

Chabela dijo...

Entiendo lo que quieres decir. Me ha pasado con Godard, y con Antonioni, y Fellini y algún otro.
Es lo que tienen los grandes cineastas a veces: que son pedantes.
Hacen un producto en el que se podrían destacar aspectos novedosos, aportaciones "personales" a la historia del cine. Pero, si nos paramos todos y nos permitimos ser sinceros como personas y no sólo como entes culturales, reconoceremos que sufrimos un aburrimiento mortal.
Ahora recuerdo "Hiroshima mon amour" de Resnais; me aburrí como una ostra; sin embargo, a mí y a mi acompañante nos dio materia para bromear para mucho tiempo...!!

Admito el "aburrimiento" en literatura pero no en cine. En literatura prima la palabra, la evocación, el juego lingüístico: puedo concebir una narración que no avance pero que me aporte hondura, reflexión, poesía...
En cambio el cine considero que debería ser el arte por excelencia de transmitir emociones, una emulación de la vida. Un plano-secuencia que dura diez minutos donde no sucede nada no me transmitirá nada nuevo sobre la existencia: me hará bostezar.

Creo que estamos de acuerdo en todo esto. SEguimos hablando mañana.
Un abrazo.

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