martes, noviembre 16, 2010

Phillip Morris ¡Te quiero!

Todos mentimos. Y el que diga que no, miente. Sin ella, no podría existir la convivencia social, pero ¿qué sucede, cuándo la mentira se convierte en un escándalo moral? Personajes que solo articulan su desenvoltura y su éxito social en torno a ella, han dado pie casi siempre a comedias. Recordemos, por ejemplo, un film reivindicable como Atrápame si puedes (Catch me if you can, Steven Spielberg, 2002). El humor en su disyunción, junto con su capacidad de ocultación y sorpresa, pero sobre todo, gracias a su capacidad de romper la lógica establecida, para así establecer las contradicciones más profundas en las que nos movemos, parece ser el vehículo perfecto para dramatizar en torno a caracteres patológicamente embusteros. Parece como si el juego de la falsedad y de la risa se moviera mediante mecanismos afines. Retengan lo que hemos comentado hasta el momento, porque Glenn Ficarra y John Requa lo tienen muy presente para articular su burbujeante dramaturgia cómica. De entrada, en esta gran mentira apologética, nos manipulan con una voz en off en primera persona, por parte de Steven Russell (Jim Carrey), nuestro mentiroso compulsivo. Seguimos su dialéctica, pero hay que ir con cautela, porque su vida es un juego y nosotros, como receptores del enunciado, somos su juguete. No solo el embuste es el motor narrativo, sino que se erige en una totalizadora figura estilística que abarca forma y fondo. No solo sirve para efectuar sorpresivos y mordientes giros de guión (la forma en que sabremos que Philip Morris es gay será el primero, y el último es auténticamente subversivo y negrísimo), sino que la propia imagen en numerosas ocasiones se irá negando automáticamente en la yuxtaposición de planos. Uno sirve para mostrar y el siguiente para desmentir y así no solo se da un tempo ágil y rápido, sino que el mismo montaje organiza las situaciones cómicas.

Acompañen la idea con un chasquido de dedos continuado, porque una de las grandes virtudes del largometraje es su ágil ritmo narrativo. Parece que Ficarra y Requa controlan eficientemente el metrónomo del humor, del que se sirven como elemento distanciador para disparar mejor la sátira. Porque aquí, el humor no es inocuo, sino que tiene punto de mira. La sátira que se construye en torno a Steven Russell permite una relectura de la sociedad norteamericana, la cual orienta la individualidad en busca del hedonismo, y con ello, la fácil amoralidad que se desprende, al teledirigirnos sólo hacia el consumo ("ser gay es muy caro", comenta en un momento). El ultraje de Steven Carrell no es su fin, porque aspira a lo que todos: un confort, una calidad de vida superior (desenfrenadamente ansioso en su deseo) y una felicidad junto al amor de su vida. A ello saben darle la emotividad adecuada, que no queda desdibujada por los trazos socarrones del largometraje. Lo que se censura son los medios, en una doble pirueta hipócrita, porque si de algo sirven las peripecias de Steven Carrell es para desmitificar los mecanismos en los que se sustenta la economía del dispendio.

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2 comentarios:

Antoine Doinel dijo...

No la he visto porque me la han echado pá tras varias personas, que hago, la veo??

elamantepolar dijo...

Bueno, el tema del humor es algo muy prsonal. A mí este tipo de farsas ágiles y sobre todo ácidas, con su punto de crítica me gustan bastante. Pero ya se trata de conectar con el humor o no. Yo con las recomendaciones o consejos de la gente soy muy cauto,siempre los tomo con reservas, pero lo mejor es que la veas y que compruebes por tí mismo si ellos tenían razón o no.
Un saludo y gracias por tu fidelidad.
Pd: Los 400 golpes es una de mis películas favoritas ;-)

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