sábado, octubre 10, 2009

The Pillow book

En la fascinante película Kwaidan, 1964 de Masai Kobayashi, en uno de los cuatro relatos del Japón ancestral, Hoichi. El hombre sin orejas, para esquivar el continuo llamamiento de los espíritus, le escriben el libro sagrado en toda la piel del joven discípulo de un monje budista.


Peter Greenaway en su persistente fascinación por la letra y por la escritura patente a lo largo de su filmografía, gira su mirada hacia la tradición cultural nipona de la caligrafía en el cuerpo. Embriagado un tanto por el exotismo del “efecto kimono” de la cultura japonesa desde un punto de vista occidental, se basa libremente en el libro homónimo de Sei Shônagon para articular un relato fílmico en el que se disgregan las formas tradicionales de la narración gracias a las posibilidades que en él propician el cine digital.


Podría decirse que es la primera película en formato Windows por la superposición de pequeñas ventanas que se van abriendo y ubicando sobre un marco general. Hay algo también ahí de influencia televisiva no sólo en la continuas y sencillas repeticiones a la manera en la que funciona la publicidad entre medio de los programas (la inscripción que el padre le hace a la protagonista por cada cumpleaños suyo). Sino que además el efecto conseguido en la multiplicidad de ventanas, recuerda invariablemente a un escaparte de una tienda de televisores en la que vemos diversas imágenes desde diversas pantallas todas juntas. Algo que ya por ejemplo años antes llevaron a su espectáculo musical U2 en su gira Zoo TV.En ella, ironizaban sobre la cultura audiovisual dominada por la televisión. Supongo que no es casual que Peter Greenaway utilice en varias ocasiones en su film un fragmento de una canción del grupo en aquellos años.


Es una evidencia y así lo hace palpable en una sugerente propuesta que alcanza cotas de goce estético. Confirma que el cine digital puede configurar un nuevo espacio estético diferente del cine analógico. No es su cine digital el que suspende la narración a la manera del blockbuster norteamericano. Aunque la reduzca a un esqueleto en el que la carne, nunca mejor dicho, la forma la imagen, la luz y los aspectos escenográficos más propios del teatro. El relato no domestica a la imagen, porque Peter Greenaway en clara metáfora de lo que supone para él la narración, busca la letra como ornamentación estética a través de la exaltación de la caligrafía japonesa. Busca obtener una sensualidad a través de la filmación de los cuerpos sin excluir una mirada homo-erótica en el placer visual que provoca el recorrido sinuoso de la cámara por el cuerpo masculino (obsérvese como es filmado Ewan McGregor). Es por ello, que de todos sus films, ésta recuerda más que ninguna al cine experimental que hizo Derek Jarman.


Esta estimulación sensorial y erótica toma cuerpo a través del palimpsesto en el que se constituye la pantalla cinematográfica en manos de Peter Greenaway con el recurso que propicia lo digital. Ya hemos comentado el aspecto teatral en el que no se renuncia al artificio de grandes superficies organizadas como un escenario teatral en el que la visión acapara el máximo del espacio físico. Frente a esa dimensión cenital, se superponen pequeñas ventanas que recuerdan a la cultura audiovisual que genera la televisión o el videoclip por lo que se produce un descentramiento de la óptica tradicional. El espectador puede organizar aleatoriamente sin estar programada su tención visual en las diversas capas de ventanas o indicios gráficos (la letra es el leitmotiv del film y como tal estará omnipresente) que se van desarrollando simultáneamente.


Peter Greenaway busca ante todo la inmersión en una atmósfera, en un suntuoso y erótico volumen en el que se convierte la pantalla en manos del realizador. Frente a la unicidad orgánica tradicional, la disgregación y dispersión focal de diferentes pistas filmadas en diferentes momentos y relacionadas entre sí no por casualidades lógicas sino puramente estéticas. Tal como comentábamos, el espacio principal comparte lugar con diversas ventanas que van emergiendo y desapareciendo superpuestas mientras en otra capa se van sucediendo notaciones gráficas. Y todo ello articulado sobre una banda sonora, que da textura emocional a la secuencia.

Esta posibilidad polifónica permite construir la imagen de una forma diferente en la que la estratificación puede ser visible y como tal a su vez, configurar un ente visual más emparentado con las prácticas televisivas que con la tradicional arquitectura de la imagen fílmica.



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