viernes, agosto 27, 2010

Teniente corrupto

Clint Eastwood, en la lúcida Gran Torino (2008), en un ejercicio metalingüístico y autorreferencial, encarnaba a un trasunto de Harry el sucio envejecido y febril completamente desubicado en la sociedad pluricultural actual.

El teniente corrupto de Werner Herzog, como no podía ser menos, en el catálogo de seres desplazados, megalómanos y obstinados que conforman su larga filmografía, es un agente de policía totalmente fuera de lugar en una ciudad que lame sus heridas físicas y anímicas tras el huracán Katrina. También él encarna la descomposición crepuscular del héroe americano que se toma la justicia por su mano, pero desde un reverso sarcástico. No es casual que lleve consigo una magnum 44, arma icónica popularizada por el personaje mítico de Clint Eastwood, y en un momento del film comente: Un hombre sin arma no es un hombre.

Digo el teniente corrupto de Herzog aunque el director se adscribiese al proyecto con actor y guión cerrado y viniesen a buscarlo a él y no al revés. Pero el Terence McDonagh encarnado por el descantillado Nicholas Cage encaja como un guante en su cine y lleva consigo resonancias de aquellos personajes desquiciados y con un paso en la locura que encarnó Klaus Kinski bajo su dirección. Es un ejemplo de cómo un autor puede hacer suyos proyectos de encargo y vehicularlos bajo sus constantes y obsesiones cinematográficas. Algo que por ejemplo realiza con asiduidad Martin Scorsese. Llegados a este punto, es inevitable recurrir al Teniente Corrupto (Bad lieutenant, 1992) de Abel Ferrara, film precedente del que nos ocupa. Y si queremos articular nuestra crítica desde un factor comparativo entre ambos films, las diferencias son las que presidirían el escrito y las semejanzas pura anécdota.

En el largometraje de Ferrara la trama policial era mínima. En Herzog es un puro macguffin hitchconiano pero ocupa en el largometraje (demasiados) minutos. ¿Posible condimento narrativo para hacer más digerible un relato, habida cuenta de la aspereza y turbación del film de Ferrara? Es posible, pero en ambos largometrajes existen líneas de fuga hacia el onirismo. Unas alucinaciones que disgregan la estructura argumental para plasmar la subjetividad embelesada de los tenientes en su sucumbir en paraísos artificiales. Y si Nicholas Cage considera atractivo un relato de drogas sin ellas, Ferrara se recrea en la exposición frontal y en el plano fijo del teniente cayendo en sus adicciones. Y es que el cariz de ambos viajes, a través de las puertas de la percepción, es de distinto signo. En Ferrara es un auténtico viaje a los infiernos en una ciudad del pecado, Nueva York. Una urbe mugrienta y nocturna, que en su visualización reverbera con fuerza la gran manzana del tándem Martin Scorsese & Paul Schrader. El fuste católico del film de Ferrara, en el que la culpa y la redención son los ejes vertebradores del film, define con meridiana claridad el signo de la obnubilación en la que cae el teniente.

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